Pedro Bienvenido Noailles es un joven brillante, que triunfa en todo cuanto emprende, y que puede aspirar a una brillante carrera. Pero, llega un momento en el que Dios hace irrupción en su vida y un destino insospechado se abre ante él. ¿Qué ha pasado para que este joven indiferente a toda dimensión religiosa, tome la firme decisión de hacer de Dios el centro de toda su vida?
El Dios único y misericordioso se le revela como la fuente inagotable de toda felicidad verdadera. Con veinte años, hace su preparación para recibir la Primera Comunión y siente la certeza absoluta del amor divino. Pocos días antes, rezando ante una imagen de la Virgen María, recibe una gracia especial de discernimiento y total disponibilidad, que le ayuda a romper sus últimas resistencias y le lleva a entrar en el Seminario de Issy, cerca de París.
En el Seminario vive fielmente la llamada a la santidad y es un seminarista aplicado en sus estudios y piadoso en su oración. En esos años del seminario se siente atraído por la Sagrada Familia de Nazaret e intuye que ese espíritu ha de ponerlo al servicio de la Iglesia de su tiempo, tan necesitada de renovación, ofreciendo la imagen de un Dios cercano y la imagen de una Iglesia con rostro familiar.
Concibe el proyecto de una Sociedad, amplia y abierta, en cuyo seno tendrán cabida hombres y mujeres de toda condición y con vocaciones diferentes: religiosas apostólicas y contemplativas, mujeres consagradas seculares, personas casadas y solteras, jóvenes, sacerdotes… Con un fuerte compromiso en la evangelización del mundo, se consagrarán a imitar la vida de la Sagrada Familia. Mediante una profunda unión en su diversidad, los diferentes miembros proclamarán con su vida que “la comunión es posible” y que la Iglesia está llamada a anunciar y a construir la gran Familia de los hijos e hijas de Dios, en Jesucristo.
Ordenado sacerdote el 5 de junio de 1819, en París. El P. Noailles vuelve a Burdeos, donde comienza su ministerio en la parroquia de santa Eulalia. Su celo apostólico, su amor a los pobres, sus cualidades de discernimiento y su profunda experiencia de Dios hacen de él un verdadero pastor. Comienza el Catecismo de Perseverancia, en el que reúne numerosos grupos de jóvenes y de personas adultas. El proyecto de vida que propone a quienes desean participar en su obra es: vivir imitando las virtudes de la Sagrada Familia, de acuerdo con la vocación, las necesidades y la situación propia.
La Asociación, concebida desde el Seminario, se concreta el 20 de mayo de 1820, cuando, abierto a la voluntad de Dios y animado por su Arzobispo, reúne en comunidad a tres jóvenes que se sienten llamadas a consagrarse al Señor y a responder a las necesidades de su tiempo, en este nuevo camino que se les ofrece. Comienza el largo proceso en el que la diminuta semilla se convertirá en un árbol frondoso.
Una gracia extraordinaria viene a fortalecer la confianza de la pequeña y pobre comunidad. El 3 de febrero de 1822, durante la bendición con el Santísimo Sacramento en la capilla de las religiosas, el Señor se muestra visiblemente en la custodia, se deja contemplar por toda la asamblea a la que bendice con un gesto de extraordinaria bondad. Este acontecimiento, confirmado por las autoridades eclesiásticas, es el punto de partida para un rápido desarrollo de la obra del P. Noailles. Las ramas religiosa, laica y sacerdotal se afianzan y se consolidan.
Durante 40 años, el P. Noailles estuvo al frente de la Sagrada Familia, como Fundador y Padre espiritual. Ninguna necesidad de las que se le iban presentando quedaba sin respuesta: Educación, el mundo rural, los enfermos, los sacerdotes… todos tenían cabida en su corazón y en el de sus hijas, las religiosas que se iban reuniendo en sus obras.
Redactó Estatutos y Reglas para velar cuidadosamente por la formación de los miembros. Su profunda espiritualidad, su sabia dirección y la solidez de sus principios son de un valor inestimable para mantener el rumbo de la Sagrada Familia. En una época en que el papel de la mujer carecía de rele-vancia en la sociedad francesa, el P. Noailles sabrá rodearse de mujeres de extraordinaria calidad, laicas y religiosas, a las que confía importantes responsabilidades y que serán sus fieles, prudentes y audaces colaboradoras en todo cuanto emprenda.
A su muerte, el 8 de febrero de 1861, la Sagrada Familia no era la única en llorar su pérdida. Una corriente de simpatía, de amistad, de veneración invadía la ciudad de Burdeos. Un impresionante cortejo de personas de toda clase y condición acompañó el féretro hasta la Catedral, donde tuvieron lugar las solemnes exequias. A la tristeza de perder un amigo, un padre, un fiel consejero se mezclaba el sentimiento de descubrir un santo.