Ascensión Nicol nació en Tafalla, pequeña ciudad de Navarra (España) el 14 de Marzo de 1868. Su nombre de bautismo era Florentina. Su primera educación fue la propia de los ambientes y familias cristianas de la época; enseñanza y testimonio de su familia, de la parroquia y los vecinos que vivían el amor y la unión, el trabajo y la solidaridad. Cuando tenía 14 años su padre la llevó al Colegio-Internado de Santa Rosa de Huesca para seguir sus estudios. Esta nueva experiencia de vida marcó también su personalidad, creando nuevos horizontes, ideas, amistades y posibilidades de futuro. El contacto con la vida Religiosa creó en ella un interrogante sobre su vocación. Y cuando tomó la decisión de ser religiosa, al terminar sus estudios, prefirió volver un año a su familia para clarificarse plenamente antes de seguir su vocación.
Después de clarificar su vocación en el ambiente familiar, volvió al Convento de Santa Rosa de Huesca en 1885 e ingresó en él para ser religiosa. Un año más tarde hace los primeros votos y comienza a trabajar como profesora en el Colegio. Durante veintiocho años dedicó su vida a la enseñanza. En esos años compartía con las demás hermanas, sus deseos de acercarse a los hermanos más necesitados, aun en lejanas tierras, cuyas noticias les llegaban a través de las revistas misioneras de la época.
Las circunstancias socio-políticas de España en esta época, fueron despojando al Convento de Huesca de gran parte de su trabajo al quitarles, el Estado, en 1912, la escuela Normal que regentaban, y junto con ella la Escuela Graduada. La Comunidad repentinamente perdió parte de su trabajo y apostolado. Pero si allí ya no había trabajo para tantas Religiosas, la Iglesia Misionera estaba necesitando de ellas. La Comunidad de Santa Rosa hacía tiempo que deseaba colaborar con las misiones y ahora podía ser el momento, escribieron a América y Filipinas ofreciéndose para realizar este servicio. Del Vicariato Apostólico de la selva del Perú, llegó a Huesca Monseñor Ramón Zubieta OP en 1913, con la carta que ellas habían escrito y solicitando su colaboración. Madre Ascensión dio su nombre y fue aceptada. En noviembre de 1913 salió la primera expedición. El grupo estaba formado por 5 hermanas y 3 misioneros. Llegaron a Perú el 30 de diciembre, iban acompañados por Monseñor Zubieta, experto en viajes y expediciones difíciles. Se establecieron en el Convento de Dominicas del Patrocinio, en Lima, que iba a ser su vivienda temporal mientras preparaban el viaje a la montaña donde se ubicaba el recién fundado Vicariato de Urubamba y Madre de Dios en la selva del Amazonas.
Madre Ascensión sale hacia la selva, en una primera expedición de tres hermanas. La noticia suscitó admiración en Lima, pues nadie se atrevía a realizar tan largo y arriesgado viaje, por tan malos caminos, y adentrarse en la misteriosa selva, y menos aún mujeres. Había que atravesar la Cordillera de los Andes y luego navegar por los inmensos ríos.
Madre Ascensión llega a la misión de Maldonado en julio de 1915, con Madre Angélica y Sor Aurora. Inician la primera casa-misión en la selva en Puerto Maldonado, un pequeño poblado establecido en la confluencia de dos grandes ríos, el Madre de Dios y el Tambopata, a través de los cuales se realiza toda la comunicación con el poblado.
Las hermanas fueron recibidas por la gente con muestras de alegría y cariño, pues del encuentro con los misioneros tenían experiencias muy positivas; aparte del apoyo para superar sus dificultades, los misioneros siempre están de su lado en la lucha por la libertad, contra los caucheros.
A los pocos días de llegar a Maldonado, abren el Colegio con las niñas del poblado y abren un internado para recibir en él a las niñas más pobres y dispersas por la selva. En el colegio se va reflejando la situación social que vive la selva: el enfrentamiento entre nativos y caucheros. Las hermanas optan por los nativos y deciden que en el colegio habrá lugar para los que lo deseen, pero con preferencia para las nativas.
Enseguida empiezan a llegar enfermos graves pidiendo ayuda y, las hermanas, sin recursos, también abren su casa para acogerlos mientras encuentran otras soluciones. Ellas mismas salen a visitar a los enfermos y llevarles algún remedio. Los fines de semana salen a las cabeceras de los ríos, reúnen a las mujeres, etc. Llevadas por las necesidades de la nueva situación, van abriendo apostolados.
Es una etapa de aprendizaje. Madre Ascensión va dándose cuenta de que la Evangelización en situación misionera es amplia, integral; que requiere un talante especial y abierto en las hermanas y una organización nueva y funcional.
Siente que Dios está en “el camino”. Con Él dialoga en los días de viaje en barco, en mula, en canoa, al descubrir los encantos de la Cordillera de los Andes, o encontrarse con la impresionante belleza de la selva. Sobre todo experimenta el encuentro con Dios en las niñas que llegan de la selva, en los enfermos que hay que atender, en las mujeres que viven de forma diferente a lo que ellas habían conocido. La experiencia de Dios es tan fuete que ella dice: “No puedo explicar lo que el alma siente… Nunca me he sentido tan cerca de Dios como en mis dieciséis meses de montaña”.