Los nombres del Maestro Eckhart (1260-1328), Juan Taulero (1300-1361) y Henry de Souson o Enrique de Suso (1300-1366) o son los nombres de tres dominicos que en su vida intentaron vivir su relación con Dios de una manera plena, pero que no se quedaron con su propia experiencia para ellos solos sino que la transmitieron a los demás siguiendo el decir y hacer dominicano de contemplar y dar lo contemplado. Desarrollaron lo que hoy conocemos como la mística renana. Una mística que, como todo lo que es verdaderamente humano, no puede separar la razón del corazón, ni la teoría de la praxis y por esto podemos decir que es doctrina y es vida, es especulación y es mística.
Es difícil condensar en un folio todo lo que querría poner sobre estos místicos conocidos como “los amigos de Dios” y más con un lenguaje que entendiésemos todos los que formamos esta comunidad educativa, pero voy a intentar dar dos o tres ideas que nos ayuden a conocer un poco más a estos hombres y que nos ayuden sobre todo a vivir nuestro encuentro y relación con Dios y los demás.
Ser amigo de Dios es vivir teniendo a Dios presente en tu vida, en tu día a día, allí en los lugares en los que estés y con la gente con la que te encuentres. No podemos hacer departamentos estancos en nuestra vida, ahora estoy en un acto religioso y ahora en mi trabajo. Uno es amigo de Dios en todo momento e intenta vivir esta amistad constantemente. Y junto a este tener a Dios presente está el llevar a Dios a tu propia vida, a tu propio corazón: el amante se ha de conformar y unir al amado tanto como pueda. Esto tiene que llevar a fijarnos en el amado, en Jesús y uno de los rasgos fundamentales que encontramos en Jesús es su filiación y como esta es vivida en obediencia al Padre. Esto tiene que llevarnos a abandonarnos a Dios en filial confianza.
Para ello tenemos que alimentar nuestra amistad y amor con Dios por medio del cultivo de una inmensa vida interior que nos lleve a la unión con Él. Hemos de abrazar la cruz de Jesús, es decir, su entrega, dándonos y regalándonos. Hemos de ejercitar las virtudes desarrollando nuestras capacidades y potencialidades poniéndolas al servicio de Dios y de los otros. Hemos de vivir el desapego de todas aquellas cosas que nos desvían del ser y el amor de Dios. Es importante tener presente que de Dios no lo podemos saber todo y que el conocimiento que tenemos de Dios es limitado. Hay parte que podemos conocer por la revelación y hay una Deidad no manifestada. Esto tiene que llevarnos a la purificación de nuestras imágenes de Dios. Dios siempre se halla muy por encima de los pensamientos del ser humano y de las criaturas. Seguro que si ahora preguntásemos por la idea de Dios que tenemos cada uno de nosotros saldrían ideas diferentes.
Otro aspecto a señalar de estos grandes místicos es su palabra y actitud profética. Fueron personas que reaccionaron frente a la atmósfera de relajación que había en la Iglesia y que aspiraron a vivir un cristianismo más auténtico. Además, otro aspecto a resaltar, y que se tendría que retomar también hoy es la importancia que en este movimiento tuvo el laicado. Aquí tiende a difuminarse la diferencia entre clérigos y laicos.