Giorgio La Pira nace el 9 de enero de 1904 en Pozzallo (Sicilia, Italia) en el seno de una familia humilde. Su vocación cristiana como laico dominico le llevó a comprometerse en la promoción de la justicia y la paz desde la política, tanto en el ámbito local (fue alcalde de la ciudad de Florencia) como internacional (la Guerra Fría, Vietnam, Oriente Medio, etc.).
Laico dominico
En su juventud, una crisis religiosa le llevó a abandonar la fe. Sin embargo, en la Pascua de 1924 redescubrió que el vacío que sentía sólo podía llenarlo Dios. Un año más tarde se hizo laico dominico.
Defensor de la libertad y la dignidad humana
Trabajó en favor de los pobres a través de Acción Católica y de una agrupación cristiana que él mismo creó cuya labor todavía hoy continúa: la Misa de San Procolo (http://www.giorgiolapira.org). Ejerció como profesor de Derecho en la Universidad de Florencia hasta que el gobierno de Mussolini le quitó la cátedra por sus críticas al fascismo y al nazismo.
Reconstructor de la democracia
Fue uno de los padres de la constitución italiana. Recuperada la democracia en el país, desempeñó el cargo de secretario del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, participó en la fundación del Partido Demócrata Cristiano de Italia y fue alcalde de la ciudad de Florencia de 1951 a 1957 y de 1961 a 1964.
El alcalde santo
Así le llamaban los pobres de la ciudad de Florencia, y así acabó siendo conocido por todos. Como alcalde promovió instituciones de ayuda a los pobres, reconstruyó las infraestructuras destruidas en la guerra (puentes, teatro municipal, fábricas), construyó viviendas sociales, mejoró las escuelas… Se empeñó especialmente en solucionar el problema de las personas sin hogar (muchos de ellos inmigrantes). Algunos le acusaban de comunista, pero él solía responder que “el pan y el trabajo son sagrados, tener un hogar también, eso no es marxismo sino Evangelio”.
Trabajador incansable por la paz
Su lucha por la justicia tuvo alcance internacional. Sus deseos de paz no conocían límites. En 1955 organizó una cumbre con los alcaldes de las principales capitales del mundo en Florencia. Allí se dieron cita alcaldes de países enemigos, pero todos firmaron en el Palazzo Vecchio un pacto de amistad. En 1959, en plena Guerra Fría, visitó la capital de la URSS y defendió ante el Soviet Supremo la distensión y el desarme. Apoyó los movimientos estudiantiles de Irán y mantuvo una una buena relación con el rey de Marruecos, Hassan II, el cual llegó a decir, tras la muerte de La Pira, que aunque él no era cristiano, estaba dispuesto a declarar a favor de su beatificación. Estuvo a punto de lograr el fin de la guerra de Vietnam en 1965 tras entrevistarse con Ho Chi Minh y nunca abandonó sus esfuerzos por llevar la paz a Oriente Medio.
¿Un político santo?
Murió el 5 de noviembre de 1977. Su funeral, multitudinario, se celebró en la iglesia de los dominicos de San Marcos, en Florencia, donde descansan sus restos desde octubre de 2007. En 1986 se inició su proceso de beatificación. Vivió su vocación cristiana no a pesar de su oficio de político, si no a través de él. Aunque en los tiempos que corren (y no sólo) pueda sonar extraño, pocas profesiones permiten llevar a la práctica con tanta intensidad el mandato evangélico del servicio al prójimo. Giorgio La Pira no fue un santo metido a político, sino un político que llegó a ser santo.
Sus palabras
“¡Se puede estar pasando hambre y tener a Dios en el corazón! ¡Se puede ser esclavo y tener el alma liberada y consolada por la gracia de Dios! De acuerdo: pero esto me concierne a mí, no a los demás.
Yo puedo, por mi cuenta, dar gracias a Dios por concederme el don del hambre, de la persecución, de la opresión, de la injusticia, de la injuria, etc.; pero si mis hermanos se encuentran en ese estado, es mi deber intervenir para socorrerles; si no lo hago, el Señor me lo dirá con palabras aterradoras el día del juicio: ¡estuve hambriento, y no me disteis de comer; estuve en la cárcel, y no me visitasteis!
¿Se alude tal vez a obras puramente individuales? También, pero no sólo a ellas; en este deber del amor activo está incluida –en los límites de las capacidades y posibilidades de cada uno- la transformación social”.
Giorgio La Pira