Fr. José Cueto y Díez de la Maza (1839-1908), nace en Riocorvo, Santander, en el seno de una familia profundamente cristiana. A los 17 años ingresa en el Convento de los Frailes Dominicos de Ocaña.
Su vida como religioso dominico transcurre entre Ocaña, Filipinas, Ávila y Canarias. Itinerario geográfico y espiritual, enriquecido con su elocuente predicación, producción literaria -obtuvo diversos premios, entre otros, por sus obras La Fe y la Razón y Breve estudio sobre el dogma y la libertad-, su sabiduría en la cátedra como profesor de Teología y de Derecho Canónico, y como solícito Pastor en la Diócesis de Canarias, de la que fue Obispo durante 17 años.
Su vida y misión apostólica son el paradigma del testigo vivo de los valores del Reino.
Resaltó en él, de manera llamativa, la virtud de la Caridad, expresada en su amor y solicitud hacia los pobres, los enfermos, los presos y necesitados de la Palabra de Dios. Las numerosas obras sociales que se crearon durante su pontificado en la Diócesis de Canarias, por iniciativa suya, dan testimonio de ello. Y así lo percibió el pueblo resumiendo su paso por las islas con estas palabras:
“El P. Cueto era antes que nada un gran corazón. Su corazón nos explica todas las acciones de su vida”.
Falleció en Las Palmas de Gran Canaria, el 17 de agosto de 1908. Sus restos reposan en la Capilla de la Comunidad de San José, Las Palmas.
Fue un estusiasta defensor de los valores del deporte. «Creo que los vencedores del fútbol tienen muchas posibilidades de ser los laureados y los intelectuales del mañana». De estas palabras se hizo eco de Jean Giraudoux en su famoso «Elogio del fútbol». Según el padre Didón, los que se oponían al deporte eran los «eternos reaccionarios». Utilizó estas mismas palabras durante su discurso ante el Congreso Olímpico de 1897 que se celebró en Le Havre.