Antón de Montesinos fue un misionero y fraile dominico español que junto a la primera comunidad de dominicos de América, encabezada por el vicario fray Pedro de Córdoba, se distinguió en la defensa y denuncia en contra de los abusos a los indígenas por parte de los colonizadores españoles en la Isla La Española.
Trascurría el año de 1511 en la Isla de la Española, la actual República Dominicana. Habían pasado muy pocos años desde el descubrimiento de Ámerica y desde la llegada de los primeros dominicos a la isla y al continente americano. Tras su llegada, muy pronto tomaron conciencia de la situación y trato inhumanos a los que estaban sometidos los indios por parte de los colonizadores españoles.
Tras deliberar en comunidad tomaron juntos la decisión de denunciar públicamente aquella situación. Nombraron portavoz a fray Antón de Montesinos, quien el cuarto domingo de adviento, el 21 de diciembre de 1511, pronunció un sermón en contra de la esclavitud de los nativos.
Tras leerse el evangelio de San Juan, donde se dice: «Yo soy una voz que clama en el desierto» (Jn 1, 23), fray Antón de Montesinos subió al púlpito y dijo:
“Esta voz dice que todos ustedes están en pecado mortal y en él viven y mueren por la crueldad y tiranía que usan con estas inocentes gentes. Digan, ¿con qué derecho y con qué justicia tienen en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad han hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, ustedes han masacrado? ¿Cómo los mantienen tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades, en que incurren por los excesivos trabajos que ustedes les ponen y se les mueren, y por mejor decir, los matan ustedes, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tienen de quien los doctrine, y conozcan a su Dios y creador, sean bautizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿No están ustedes obligados a amarlos como se aman a ustedes mismos? ¿No entienden esto? ¿Es que no tienen sentimientos? ¿Cómo están dormidos en un sueño tan letárgico? Tengan por cierto que en el estado en que están no se pueden salvar”.
El sermón causó el desasosiego de los conquistadores y autoridades que estaban presentes y la reacción en contra de los frailes, a quienes quisieron reprenderlos y exigirles a desdecirse públicamente de sus afirmaciones. Sin embargo, en el sermón del siguiente domingo fray Antón de Montesinos ahondó aún más su prédica anterior, como habían acordado en comunidad.
Las protestas de las autoridades de la Isla La Española llegaron a España. El rey Fernando el Católico al enterarse de lo sucedido se quejó al provincial de los dominicos en España y pidió sanciones para los dominicos de la Isla. Mientras tanto en la Isla los españoles les negaron el sustento y les amenazaron con embarcarlos a España.
Los frailes a pesar de las presiones y amenazas, no se amedrentaron ni cambiaron de parecer, ya que su doctrina era fruto del estudio de la verdad y de su vivencia del Evangelio. Tras deliberar tomaron la decisión de enviar al mismo fray Antón Montesinos a la Corte de España para informar a sus superiores de la situación real en la isla e intentar entrevistarse con el rey, tarea nada fácil, porque los intereses creados en la misma Corte no se lo querían permitir, ya que habían tomado la decisión de retornar a todos los frailes dominicos, decisión a la que se opuso el rey. Al lograr entrar a la cámara del rey le explicó la situación real de los indígenas y los fundamentos por los cuales los dominicos habían predicado de esa manera.
Fruto de esa información el rey ordenó a su Consejo examinar lo ocurrido en aquellas tierras. De dicho estudio surgieron las Leyes de Burgos de 1512, el primer código de las ordenanzas para intentar proteger a los pueblos indígenas, regular su tratamiento y conversión, y limitar las demandas de los colonizadores españoles. Dichas leyes fueron modificadas en las Leyes de Valladolid en 1513, donde se reiteraban las órdenes reales emitidas previamente requiriendo el buen trato de los indios y nuevas maneras de protegerles.